jueves, mayo 11, 2006

 

TIC y productividad

Nos parece hoy a todos evidente que tecnología y progreso van de la mano en la sociedad moderna. En efecto, los economistas son capaces de demostrar que desde hace siglos, y en especial desde el inicio de la era industrial, la tecnología, o más específicamente el aprovechamiento de las posibilidades de la tecnología, ha contribuido grandemente al crecimiento económico. Pero hasta hace poco no ha estado muy claro qué es lo que se podía con certeza acerca de la contribución específica de las tecnologías de la información.

Un argumento aparentemente razonable, y común además de fácil, señalaría que las tecnologías de la información son el segmento industrial que más se ha desarrollado como mínimo durante los últimos veinte años (cierto); y que si las decisiones de compra de quienes adquieren ordenadores y utilizan líneas de comunicaciones son racionales (supongamos que sí), los beneficios de estas compras deben ser evidentes.

Pero no lo son. Incluso si nos centramos solamente en las inversiones que realizan las empresas en tecnologías de la información, y dejamos de lado por el momento las compras que realizan los particulares, un asunto tan central como la contribución de esas inversiones a la productividad de las empresas resulta estar lleno de claroscuros.

La cuestión del impacto económico de las tecnologías de la información es central para la causa de la denominada nueva economía que se originó a raíz del boom económico de los Estados Unidos durante la segunda mitad de los años 90 : en el período 1994-99 el aumento considerable del PIB (3.3% de media al año) fue compatible con una inflación baja, inferior al 2%, un índice de desempleo también reducido, inferior al 5% y a la vez un aumento, aunque moderado, de los salarios medios reales. Para los economistas, esta conjunción de datos sólo podía explicarse mediante un aumento de la productividad, que tendía a atribuirse directamente a los efectos beneficiosos de las nuevas tecnologías de la información. De este modo parecía razonable justificar el aumento de las inversiones de las empresas en estas tecnologías, que habían crecido desde un 2.3% en 1990 hasta un pico del 4.3% en 2000, convirtiéndose en uno de los principales motores del crecimiento económico en los EEUU.



Sin embargo, la cuestión de la contribución de las tecnologías de la información a la productividad ha ocupado literalmente centenares de trabajos académicos y artículos periodísticos durante años. Suele citarse que este debate saltó a primer plano tras la manifestación en 1987 de Robert Solow, especialista precisamente en el análisis de la contribución de la economía al desarrollo económico, Premio Nobel y profesor de M.I.T., de que “Puede verse la era del ordenador por todas partes, excepto en las estadísticas de productividad”. Desde entonces, la paradoja de la productividad, como se dio en denominar la contradicción aparente entre la evidencia de que los ordenadores facilitan la realización de determinadas tareas y las dificultades de los economistas encontrar evidencia empírica de los aumentos de productividad en los datos macroeconómicos, ha llenado páginas y páginas de análisis y debates.

A mediados de los 90, los análisis más rigurosos coincidían en demostrar que no había ninguna correlación detectable entre las inversiones en tecnologías de la información y ninguno de los indicadores habituales de salud de las empresas. No es éste el único apunte de que las inversiones de las empresas en informática no siguen un patrón excesivamente racional; de hecho, la mayoría de las empresas no tienen procedimientos formales para gestionar el impacto en el negocio de sus inversiones en informática. En cualquier caso, a partir de 1995 se empezó a detectar que los aumentos de productividad, que promediaban alrededor del 1.5% anual durante el lustro anterior, se habían prácticamente doblado.

Las medidas parciales disponibles indican que el impacto está siendo muy desigual entre distintos sectores. De hecho, aproximadamente la mitad del crecimiento global de la productividad durante 1995-2000 puede atribuirse a un crecimiento extraordinario de la productividad en el sector de las TI (incluyendo las industrias de semiconductores y la producción de ordenadores), que a su vez ha aumentado de forma notable su peso en el global de la producción. Por tanto, una reducción del crecimiento en la producción de equipos de tecnologías de la información reduciría también el crecimiento de la productividad global.

La resolución de la paradoja

En cualquier caso, parece que los aumentos de productividad consolidados habrán de venir también de los sectores de los sectores consolidados, lo cual ya está sucediendo. Hay quien justifica la euforia inversora en las empresas punto.com en la creencia de que sólo estas empresas serían capaces de captar los beneficios de la tecnología, pero ya se está viendo que eso no es así. Los estudios más recientes muestran que algunos sectores, y de forma muy destacable el del comercio, han obtenido aumentos muy considerables de productividad, cuyo origen parece ligado al uso de las TI como apoyo a nuevos modelos de organización y prácticas de gestión más eficientes. Ello apunta a suponer que, incluso si empresas pioneras en el comercio apoyado en Internet como Amazon.com consiguen consolidarse, las empresas que ya eran líderes en el sector del comercio tradicional (como Wal-Mart en los EEUU o El Corte Inglés en España) pueden retener su liderazgo a medida que la distinción entre comercio y comercio electrónico se difumina como ya lo está haciendo.



En cualquier caso, si se amplía un poco la perspectiva temporal, la forma en que se presenta la cuestión de la relación entre las TI y la productividad parece sesgada de una forma incluso sospechosa. Si bien parecen confirmarse los aumentos de productividad que tuvieron lugar durante la segunda mitad de los 90 y su relación con las inversiones en tecnologías de la información, el crecimiento de la productividad no ha alcanzado todavía los niveles registrados durante los años 60 y 70, lo cual tiene una doble lectura. Por una parte, hay quienes, basándose en la historia de la introducción de la electricidad y sus efectos, sugieren que la asimilación de las posibilidades de las nuevas tecnologías exigen un período de tiempo más dilatado; estaríamos pues a la espera de mejoras que habrían de producirse en el futuro.

Sin embargo, la figura muestra también que el crecimiento de la productividad industrial se redujo de forma muy notable a partir de mediados de los 70, en paralelo a un período generalizado de crisis de crecimiento de la economía en general. Puede avanzarse así la hipótesis, sobre la que volveremos más adelante, de que el modelo industrial que se desarrolló con mucho éxito en todo el mundo, no sólo el occidental, después de la segunda gran guerra mundial agotó de algún modo su fuelle en los 70-80. En este caso, las tecnologías de la información jugarían un papel múltiple; por una parte constituyen el soporte tecnológico que ha hecho posible la reconfiguración y la supervivencia de los grandes conglomerados industriales, y en un contexto más amplio, del proceso de globalización que ha dado cobertura legal y factual a esta reestructuración. En paralelo, los propios productos de TI y los nuevos servicios virtuales apoyados en Internet se contemplan constituyen una de las pocas fuentes sostenibles de creación de nuevos mercados, y a través de ellos del orden económico construido por el capitalismo dominante.

Diferencias geográficas

Finalmente, se ha de destacar que los aumentos de productividad están siendo perceptiblemente mayores en los EEUU que en Europa. En un contexto en que el proceso de globalización enmarca luchas planetarias por acumular poder y dinero, las conclusiones sobre este hecho tienen connotaciones políticas inevitables. De todas formas, si aceptamos como una verdad de facto que los aumentos de productividad que se puedan extraer de las nuevas tecnologías han de ser un elemento clave de competencia en la nueva sociedad de la información, el hecho de que Europa vaya por detrás de los EEUU en este aspecto parece preocupante.


Los últimos análisis de los datos económicos (Ver el trabajo del Prof. Castells en http://www.uoc.edu/dt/esp/castells_racef.html muestra que existe una fuerte relación positiva entre las producción y difusión de las TIC, el crecimiento de las productividades y el crecimiento económico. Sin embargo, esta relación está condicionada por la necesidad de adaptar los factores institucionales, organizativos y los recursos humanos a los nuevos sistemas de producción y gestión.

La comparación entre los datos de Estados Unidos y de la Unión Europea muestra estas diferencias en la capacidad de aprovechamiento del potencial de productividad y de crecimiento derivado del cambio tecnológico y organizativo. Algunos estudios sugieren que las inversiones en TIC contribuyen en aproximadamente el 50% a los aumentos de productividad, en tanto que el resto se atribuye a factores estratégicos, organizativos y de cualificación de los recursos humanos.


Además, la productividad total de los factores es tanto más débil cuanto menor es la difusión del potencial tecnológico en aquellos sectores que no son usuarios intensivos de las tecnologías de información y comunicación. Se puede pues avanzar la hipótesis de que la difusión de las TIC en otros sectores de la economía es el factor clave en la generación de una mayor productividad y un ritmo más alto de crecimiento económico capaz de incrementar empleo y producción sin tensiones inflacionistas. El paso a una economía de servicios no parece ser un obstáculo a la generación de la productividad, pues aquellos sectores de servicios, como la intermediación financiera o el comercio al detalle en Estados Unidos, que incorporan tecnología y revolucionan su organización son los que mayores crecimientos de productividad multifactorial obtienen.
En España (y en Cataluña) los datos apuntan a que la productividad está más o menos estancada desde hace más o menos 10 años, posiblemente porque el crecimiento económico se está basando en actividades intensivas en mano de obra (turismo, contrucción) y de valor añadido relativamente bajo. Ello sería coherente con que la tasa de inversión en tecnologías de la información en España (medida en relación con el PIB) esté entre las más bajas de los países de Europa.

Cambio de modelo

Parece pues que la economía catalana, como también la española y en gran medida la europea, habrán de experimentar cambios de una cierta profundidad en su estructura. Y también que estos cambios habrán de caracterizarse por una mayor intensidad en el uso de las tecnologías de la información.

Pero, así como durante la segunda mitad de los 90, el aprovechamiento de las nuevas oportunidades en las TIC llevó a nuevas oportunidades de negocio, el modo de utilizar las TIC podría estar a punto de cambiar. A medida que los productos y servicios TIC son más indeferenciados y están más ampliamente disponibles en el mercado, son una fuente de ventaja competitiva menor.

Algunos autores (http://www.nicholasgcarr.com/articles/matter.html) han señalado la analogía con el uso de la electricidad. Cuando no era generalizado, las empresas que adoptaran modos de producción en masa basados en máquinas y motores eléctricos tendrían probablemente mejores oportunidades que las que continuaran apegadas a los métodos antiguos de producción. Pero hoy en día no pensamos en la electricidad como un ingrediente “estratégico” de las empresas. Es necesario, pero al estar disponible para todos por igual no es una fuente de ventajas competitivas. Seguramente las TIC no están todavía ahí, pero paree que sí encaminándose hacia ahí.

Lo cual nos lleva de vuelta a uno de los lemas del curso. “Tecnología y sociedad se co-producen”. Quizá las TIC sean cada vez más un elemento necesario para que las empresas prosperen, pero no un elemento diferencial que en sí generen mayores beneficios. Lo diferencial será cómo las empresas aprovechan las TIC para obtener ventajas diferenciales, y ello tiene que ver con su estrategia, su capacidad de gestión y las capacidades de sus profesionales.

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