viernes, junio 09, 2006

 

Antes de la Revolución Industrial

Empecemos recordando la cita de Peter Drucker sobre los retos de la sociedad futura:

“We can also be sure that the society of 2030 will be very different from that of today, and that it will bear little resemblance to that predicted by today's best-selling futurists. It will not be dominated or even shaped by information technology. IT will, of course, be important, but it will be only one of several important new technologies. The central feature of the next society, as of its predecessors, will be new institutions and new theories, ideologies and problems”.

Cuando Drucker habla de las sociedades “predecesoras”, ¿a qué se refiere? ¿Qué nos sugiere sobre las instituciones, ideologías, teorías y problemas de sociedades anteriores? ¿Qué tan parecidos o diferentes eran de los que conocemos en la sociedad actual? Y, si son diferentes, ¿cómo y de dónde surgieron?

El mismo Drucker apunta una primera respuesta, al respecto de la sociedad industrial:

“The decades of the 19th century following the first and second industrial revolutions were the most innovative and most fertile periods since the 16th century for the creation of new institutions and new theories. [...] The first industrial revolution brought forth, among many other things, intellectual property, universal incorporation, limited liability, the trade union, the co-operative, the technical university and the daily newspaper. The second industrial revolution produced the modern civil service and the modern corporation, the commercial bank, the business school, and the first non-menial jobs outside the home for women.
The two industrial revolutions also bred new theories and new ideologies. The Communist Manifesto was a response to the first industrial revolution; the political theories that together shaped the 20th-century democracies—Bismarck's welfare state, Britain's Christian Socialism and Fabians, America's regulation of business—were all responses to the second one. So was Frederick Winslow Taylor's “scientific management” (starting in 1881), with its productivity explosion”.
Pienso que en esta cita Drucker omite, casi seguro que de forma deliberada, una ideología crucial que fue decisiva para impulsar la sociedad industrial: el economicismo. Esto es, la aceptación del predominio de lo económico sobre muchos otros ámbitos de lo político y lo social.
Vimos en un bloque anterior cómo el crecimiento del PIB de la Humanidad despegó a partir de la Revolución Industrial. No fue casual. El objetivo de la revolución industrial era precisamente maximizar la producción de bienes con el objetivo de comercializarlos. Algo muy distinto de organizaciones sociales agrícolas, orientada a la producción para el consumo propio, que habían existido anteriormente.

Surge, sin embargo, la cuestión de por qué el PIB por persona estuvo casi estancado durante siglos antes de la revolución industrial. Puede darse la tentación de no considerar validos o de calificar como inútiles los desarrollos técnicos previos a la era industrial. Pero eso sería injusto.
Lewis Mumford, uno de los primeros investigadores sobre la historia social de las tecnologías, comenta lo siguiente:
“Los académicos que en primera instancia popularizaron la idea de la época medieval como retrógrada leían sus documentos con gafas inventadas por primera vez en el siglo XIII, publicaban sus ideas en libros producidos en la imprenta del siglo XV, comían pan hecho de grano molido en los molinos de viento introducidos en el siglo XII, navegaban en navíos de tres mástiles diseñados por primera vez en el siglo XVI, llegaban a su destino con ayuda del reloj mecánico, el astrolabio y la brújula magnética y defendían sus bajeles de los piratas con la ayuda de la pólvora y el cañón, todos nacidos antes del siglo XV”.
Lewis Mumford, “The Myth of the Machine”, vol. 2, Harcourt, Brace, Jovanovich, (1970), pág. 130.
Podríamos pues postular como hipótesis que si los antiguos no desarrollaron más la tecnología para perseguir el crecimiento económico no fue por falta de capacidad, sino porque sus intereses tenían otra dirección. En la sociedad actual, el crecimiento y el cambio son una forma de ser, y por lo tanto, un objetivo implícito. Lo damos por sentado. Pero en sociedades anteriores, la producción de bienes, especialmente los alimentos, tenía como valor la autosuficiencia, y si ésta se obtenía, otros valores eran los que centraban la atención de los filósofos naturales o científicos.
Remontándonos mucho más atrás, la especulación griega tuvo muchas veces intereses prácticos concretos, y en aquello que les interesaba los griegos obtuvieron éxitos notables. Que estos éxitos no conformen un conjunto susceptible de llamarse revolución no debe afectar al juicio sobre su capacidad intelectual. Sólo indica que no la orientaron hacia la producción material. En palabras de Bertrand Russell, un autor nada sospechoso de enemistad hacia el progreso y sin embargo tan respetuoso con la sabiduría de los antiguos:
“Se ha dicho a menudo que los griegos fracasaron como experimentadores porque ello significaba ensuciarse las manos, un pasatiempo estrictamente reservado para los esclavos. Nada puede ser más engañoso que esta conclusión sumaria. La evidencia apunta claramente en dirección opuesta, como se muestra en los registros de sus logros científicos y los restos de su escultura y arquitectura [...] Lo que quizá sea más sorprendente del siglo quinto (a.c.) es la explosión súbita de experimentación intelectual e invención. Eso es cierto tanto en las artes como en la filosofía. [...] Todo se expande y ningún objetivo parece fuera del alcance del hombre”.
Bertrand Russell, “The Wisdom of the West”
Ese mismo sentimiento de ensanchamiento de la capacidad del hombre se reprodujo durante el Renacimiento y también durante la era industrial, aunque bajo una superestructura ideológica y una concepción del hombre y de su papel en el mundo que fueron muy diferentes en cada caso.
Lo anterior apunta pues a que la inflexión en el crecimiento económico que se produjo con la revolución industrial no fue sólo una consecuencia directa del progreso científico. El análisis marxista sugiere que las causas de los saltos cuantitativos y cualitativos que hicieron revolucionaria a la revolución industrial deban buscarse sobre todo en cambios en los ámbitos de la política, la organización social, la psicología social e incluso la evolución de la conciencia humana en esa época. Sin podernos ocupar a fondo de esta cuestión por el momento, me conformaré con apuntar algunas reflexiones que espero sean sugerentes.
Muchos estudiosos apuntan que una de las raíces filosóficas de lo que después sería la revolución industrial se orientan a los planteamientos filosóficos que Sir Francis Bacon publicó a principios del siglo XVII. Sus trabajos marcan el momento histórico en que el hombre se sintió plenamente capaz de tomar distancia en relación a la naturaleza, pasando a considerarla como algo que puede (e incluso debe) utilizar y aprovechar. Este sería el momento en que la filosofía dejaba de orientarse sólo al saber por el saber, al conocimiento por el conocimiento, empezando a orientarse hacia resultados “prácticos”.
Anteriormente a Bacon, muy claramente si nos remontamos a la civilización griega, la ciencia (en su origen, ubicada en el ámbito de la Filosofía) y la tecnología eran mundos virtualmente aislados. A partir de Bacon tienen lugar varios cambios cualitativamente muy significativos. La ciencia pasa a adoptar una orientación más utilitaria, no tan orientada a comprender la naturaleza sino a sacar partido de este conocimiento. En paralelo, las disciplinas se dividen y subdividen por especialidades cuyo grado de abstracción es cada vez más creciente.
Como resultado, los científicos empezaron a alejarse de la ambición multidisciplinaria y los valores que habían orientado la investigación filosófica en la antigüedad. En paralelo al auge de la máquina y de la maquinaria para producir máquinas, se pasa de la búsqueda del conocimiento a la búsqueda de la invención, y de ahí a la invención de la invención y a la profesionalización e institucionalización de la práctica científica y técnica. A partir de ahí, la intersección de la ciencia y la tecnología con el ámbito moral se reduce al mínimo.
Las consecuencias de este planteamiento se han hecho más y más evidentes a medida que la expansión de un sistema industrial basado en la explotación de los recursos naturales ha encontrado sus límites. Tras señalar la necesidad de ser conscientes no sólo de los beneficios generados por el maquinismo, sino también de las consecuencias negativas de sus excesos, Mumford señala gráficamente que:
"A medida que la ciencia se aproxima más de cerca a la condición de la tecnología, debe preocuparse de la mayor flaqueza de la técnica contemporánea: los defectos de un sistema que, a diferencia de los sistemas orgánicos, carece de un método interno para controlar su crecimiento o modular la enorme energía que necesita para mantener, como en necesario en todo organismo vivo, un equilibrio dinámico favorable a la vida y el crecimiento."
La disociación entre tecnología y valores sociales, así como la propia entre economía y valores sociales, fue ya resaltada por K. Marx en una frase famosa de “El Capital”:
Todas las relaciones firmes y enmohecidas, con su secuela de ideas y conceptos venerados desde antiguo, se disuelven, y todos los de formación reciente envejecen antes de poder osificarse. Todo lo estamental y estable se evapora, todo lo consagrado se desacraliza, y los hombres se ven finalmente obligados a contemplar con ojos desapasionados su posición frente a la vida".
Marx percibió asimismo cómo una clase social emergente, la burguesía, era la responsable de esa disolución de los valores anteriormente establecidos. Los marxistas destacaron que la burguesía tuvo un papel decisivo como clase dirigente porque, a diferencia de las clases dirigentes anteriores (la monarquía o los señores feudales), cuyos intereses económicos estaban unidos de forma indisoluble al mantenimiento del statu quo, la esencia del dominio burgués es el dinamismo. Este dinamismo se aplicó primordialmente al ámbito económico; pero se extendió al dominio tecnológico porque el capitalismo generaba incentivos únicos para la introducción de nuevas tecnologías que reducen costes de producción.
Resumamos de nuevo.
Los griegos fueron los primeros en desarrollar de forma consciente la capacidad de pensar, pero la pusieron al servicio de la filosofía y del arte.
Durante la Edad Media, el gusto por el pensar y la inclinación estética dejaron paso a la acción como cualidad dominante. El resultado fue la era dela exploración y los descubrimientos durante los siglos XV y XVI.
Paralelamente, la razón resurgía en los monasterios al primer plano en el alma humana. Los escolásticos exprimieron al máximo su capacidad de pensamiento, llevándola como mínimo a la altura de los antiguos griegos, aunque poniéndola al servicio de la religión y no, como los exploradores, de la acción. Pero la concepción religiosa del universo acabó por perder credibilidad tras el descubrimiento del heliocentrismo por parte de Copérnico. A partir de ahí, los progresos en la astronomía, que en civilizaciones anteriores estaban ligados a motivaciones que, como la astrología y la religión, pudiéramos calificar como de no racionales, dieron paso a los avances Galileo y Kepler, que inician la ciencia moderna. En esta época, el hombre siente por una parte que tiene todo el mundo a su alcance y adquiere a la vez una confianza consciente en la razón, que se convierte en una alternativa a la fe a la hora de enfrentarse al mundo. El terreno está preparado para el “Pienso, luego existo” de Descartes, a partir del cual el alma humana se siente por primera vez independiente de su pasado en virtud de su dominio de la capacidad de pensar.
A partir de este punto fue tomando fuerza una visión mecanicista e impersonal del mundo. En palabras de Mumford, “gradually Heaven, that shinning place in the mind, faded from the sky”, de modo que:

“The ultimate effect of the methodical seventeenth-century advance in clarity of description and fidelity to observed fact was to devaluate every aspect of human experience that could not be so treated; and its final result was to eliminate all other products and by-products of the human personality”.
El conocimiento exacto fue gradualmente suplantando al conocimiento adecuado, y la búsqueda del conocimiento adquirió una orientación decididamente práctica. En su crítica a la ideología del maquinismo implícita en la Revolución Industrial, Mumford apunta a que, una vez la ciencia moderna convirtió al hombre en una máquina creada por las manos de Dios, los hombres fueron convirtiendo en dioses a aquellos capaces de diseñar y construir máquinas.
El resto de la historia es mucho más conocida. Pero me ha parecido interesante incluir un apunte que pueda provocaros una reflexión sobre cómo estaban las cosas antes del principio de la historia que hoy nos es familiar.
Hasta la próxima.

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